viernes, 19 de febrero de 2010

Noche metálica



De entrada debo advertir que no soy fan de Metallica. Tampoco espectador frecuente de conciertos multitudinarios. Casi diría que asistí por interés etnológico. Curiosidad para ser más llanos. Tengo un puñado de amigos y conocidos metaleros, su movida y estilo musical me interesan hasta cierto punto. Siendo Metallica una de las principales bandas de este estilo (posiblemente los máximos exponentes del “trash metal”), tratándose de un concierto de dimensiones inusuales y teniendo lugar a sólo unas cuadras de mi universidad (en el estadio de San Marcos), la ocasión era demasiado tentadora como para rehusarme. Animado por un colega con el que hice cola el mismo día en que salieron a la venta las entradas, compré una para la zona “E” (él, por su parte, compró en la “M”, acampó dos días antes del concierto y finalmente no di con él, ni a la entrada ni a la salida del evento)

No haber comprado con alguien más una localidad en la misma zona me creo problemas al llegar el día del concierto. Dos colegas que sabía que estaban en “E” me anunciaron que habían revendido sus entradas. Otros iban a tribunas -y entrarían más o menos tarde. Y otros que, inferí irían, no contestaban mis llamadas. Me vi ante la perspectiva de estar sólo en medio de un monumental y descontrolado tumulto, temiendo sufrir un hurto o al menos contusiones para el recuerdo. He de confesar que la tarde del concierto estuve por desistir y consideré seriamente la posibilidad de venderle mi entrada a algún despistado que encontrase por el campus de la PUCP.

Llegué al paradero de mi universidad a las 17:30. Apenas estuve ahí, como de milagro, di con un amigo de Literatura con inequívocas credenciales de adepto al metal con quien 2 años atrás había estado en el concierto de Deep Purple en el Nacional (y con el cual, curiosamente, pensé hacer una caravana al concierto pero no contestaba al celular). Iba con otro acompañante, un adusto estudiante de Ingeniería con una especie de coleta y declarado gran fan de Metallica. Ambos vestían de negro pero ninguno tenía polo de la banda.

El tráfico en los alrededores de San Marcos y su estadio se había cortado. El taxi debió parar antes de llegar a la Av. Colonial. Caminamos unas cuadras y, a medida que avanzábamos, encontrábamos contingentes cada vez mayores de individuos con polos negros –y no pocos ambulantes que hacían negocios vendiéndoles los uniformes. Surgían, igualmente, grupos de policías por aquí y por allá –se anunciaban alrededor de 2 mil para la ocasión-, algunos de pie y otros montados a caballo, por lo general relajados. Numerosos puestos surtían de la “económica” comida sanmarquina. Por razones de salubridad, optamos sólo por la empaquetada. Debimos embutirnos a toda prisa comida y bebidas ante las presiones de los VIPs en la fila que se hacía.

Iniciamos el ingreso al estadio a las 18:00. Debimos atravesar por lo menos 3 controles. Un VIP intentó que sacase la cadena de mi llave. Mi torpeza en extraerla y una inesperada llamada telefónica de mi casa lo disuadió de considerarme un agitador. En cada una de estas pausas forazadas me quedaba peligrosamente atrás de mis acompañantes. En el camino encontramos a algunos conocidos de la movida, pero en ningún momento entablamos conversación.

Entramos a la explanada a las 18:30. Por alguna razón sentí que ingresábamos a disputar un esperado partido. Las tribunas aún lucían medio vacías. También la zona delantera, “M”, sorpresivamente no aparecía llena.No pocos iban a los kioscos y donde los ambulantes a comprar salchichas y cerveza sobrevaluadas. Nosotros nos metimos a las cabinas de baño –en mi caso más por novelería que por necesidad o precaución. Seguidamente formamos filas y avanzamos entre la masa hasta posicionarnos relativamente cerca de los límites entre “E” y “M”. En la pantalla gigante aparecía de rato en rato un video en que, entre otros mensajes aleccionadores, se pedía no llevar cámaras y filmadoras al concierto, lo que desataba, invariablemente, airadas protestas de los fans. Entre canciones metaleras clásicas y espectadores con olor a alcohol, cigarro y marihuana, vimos el atardecer mientras íbamos haciendo bromas y comentarios sueltos. Un camarógrafo atravesó el estadio en parapente. Especulamos tanto sobre la posibilidad de que cayese como de que nos defecase encima. Todo era cuestión de hacer tiempo. Ponerse cómodos, ni hablar.

Apenas a las 19:30 se llenaba la zona “M”. A las 20:00 tocó el grupo “Necropsia”, esforzada imitación nacional de las bandas de trash metal. Sus integrantes, con 20 años de anónima trayectoria musical, tenían algunos conocidos entre los asistentes que nos rodeaban, que a un tiempo los elogiaban, increpaban e insultaban. La presentación duró media hora: apenas se entendían las letras en español que vociferaban a todo volumen. La emoción que declaraban los teloneros debe haber sido sincera: el sueño de muchas bandas locales que tocan en bares debe ser tocar para 50 mil en la presentación de sus ídolos.

Y a las 21:00 debía surgir el esperado cuarteto metálico. Nada. Vimos a muchos putear a los técnicos que estaban cerca y a otros tantos ovacionar a los que probaban los instrumentos, inclusive a algunos desafortunados heladeros y vendedoras de gaseosas que se cruzaron entre nosotros. También se seguía vendiendo cerveza, pese a la orden que tenían los kioscos de cerrar. La impaciencia acumulada se respiraba en el ambiente que impregnaba en la misma medida que el sudor y los porros.

Y a las 21:30, la secuencia con el tema musical Ectasy of Gold del clásico western “El bueno, el malo y el feo” apareció en la pantalla gigante. Era el anuncio de la llegada del esperado cuarteto (James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammet y Robert Trujillo) que abrió la noche con la vibrante Creeping Death..

Lo que siguió fue desenfrenado. La música, haciendo cóctel con la atmósfera transformó la experiencia en algo “épico”. El clima humano evocaba a una batalla cuerpo a cuerpo de la Antigüedad –afortunadamente, aquí no había muertos aunque seguramente sí unos cuantos heridos-. Rodeados por la turba frenética de fans los tres debimos mantenernos unidos, cohesionados como una pequeña falange, para aproximarnos lo más posible a los cantantes sin ser arrastrados al tumultuoso “pogo” que como un remolino se extendía en el límite entre las zonas “M” y “E”, expandiéndose en las melodías más movidas y confrontando a jóvenes sin polo en delirio dionisíaco. El más bohemio de mis colegas agitaba constantemente la cabeza. Desde las primeras filas arrojaban agua para aplacar el sudor del público, pero estábamos muy lejos como para que nos llegase.

Tras la primera clarinada, los temas interpretados –cuyos nombres llegué sólo a conocer más tarde en internet- fueron From Whom The Bell Toll, Fuel, Harvester of Sorrow, Fade to Black, That Was Your Life, The End of the Line, Sad But True,
Broken, Beat & Scarred, Cyanide, One, Master of Puppets,
Battery, Nothing Else Matters, Enter Sandman.

Canciones como Fuel fueron precedidas por llamaradas que se alzaron encima del escenario. También hubo fuegos artificiales y bengalas que querían simular una batalla. E inclusive –antitéticamente- una bandada de palomas blancas alzó vuelo sobre la multitud –afortunadamente no nos cayó su cargamento. Uno de los momentos más emocionantes fue, sin duda cuando Kirk Hammett, solitario en la cima del escenario y enfocado por los reflectores, empezó a tocar la ascendente Nothing else matters. James Hettfield acabó guitarreando en el suelo, con la pantalla enfocando en primer plano el logo M81 que lleva tatuado en la mano.

La multitud coreaba “olé olé olé, Metallicaaa”, exclamaciones que fueron reproducidas por James en su guitarra. A lo largo de las tribunas –ahora llenas- se formaban “olas” de brazos que recordaban a las de los hinchas de un victorioso equipo de fútbol en una contienda mundial. En momentos de exaltación, observé el curioso gesto colectivo de alzar el puño, como si de un paro se tratase la ocasión. La respuesta de los bardos del trash a sus ansiosos fans fue efusiva. “La vamos a pasar mostro” y “Lima la rompe”, afirmó James, en sorprendente jerga limeña. “Los peruanos son de la puta madre”, agregaría Robert cerca del final. Se respiraba un entusiasmo arrollador y entre otras arengas en inglés, se nos instó a “hacer el concierto más ruidoso de Lima”.

Al final tocaron 3 canciones “fuera de programa”: Am I Evil?, Blackened
y
Seek And Destroy.
Para esta última, James bajó del escenario y empezó a alentarnos a cantar con todas nuestras fuerzas con los brazos en alto. El pedido fue escuchado y entonamos “Seek and destroy” hasta quedarnos afónicos.

Al final de todo los cantantes deseinvainaron una sorpresiva bandera peruana, cuyo escudo era un logo de Metallica. Agradecieron 29 años de espera paciente del fandom local y prometieron volver. Como otras veces exclamaron “Amamos Lima!” a lo que respondimos “Viva Metallica” y luego, quizás porque la navidad no estaba muy lejos, empezaron a lanzar baquetas de otras presentaciones, obtenidas por unos cuantos afortunados de adelante, y que posiblemente pasarán a ser atesorados por coleccionistas del fandom.

Todo concluyó a las 23:30. He oído que muchos estaban más que adoloridos del cuerpo y el cuello por los interminables y apretados saltos. En mi caso más bien me dolían los pies (había permanecido parado o agitándome en el mismo sitio desde nuestra llegada), también tenía sed. Desmintiendo mis aprensiones, no sufrí ningún hurto, pero la tapa y la batería del celular que llevaba colgado del cuello estaban destrozados en algún lugar del gramado.

Formamos filas. Nuestra falange de tres se fue abriendo paso a través de las escaleras y caminos del estadio repleto. De ahí, menos de 6 cuadras nos separaban de la PUCP. Sin embargo, fue una larga marcha. La multitud, unánimemente uniformada de negro, evocaba una procesión, un ejército o una marea de refugiados. Las veredas mostraban abundantes desechos, no pocos vecinos contemplaban conmocionados la retirada, la caballería policial seguía montando guardia, grupos de policías en pie parecían estar esperando irse a algún bar. Todos los comercios a lo largo del camino tenían largas colas que evocarían a algunos la hiperinflación de los 80. Los taxis revoloteaban por la vía, y las mayores unidades de las líneas de buses aparecían a destiempo prestos a repletarse de fans apremiados.

Tuvimos que andar largo rato y lentamente hasta que la multitud estuviese lo bastante dispersa para encontrar un comercio para tomarnos unas bebidas. Era la 1:00 y recién estábamos frente al anhelado paradero de la PUCP. Por buen rato había estado buscando una cabina telefónica, viendo al fin una que funcionaba, intenté hacer unas llamadas fallidas. Cuando di la vuelta, mis compañeros de la incursión se habían esfumado. Cuando desistí de buscarlos, proseguí camino a lo largo de la Av. Universitaria junto con los remanentes de la tropa metálica en fuga, hasta llegar a la Av. La Marina. Alrededor de la 1:30 me subí en el último asiento libre de la combi que me traería de regreso de la estridente odisea.

...

Puedo imaginar que para muchos de los que estuvieron ahí, esta fue la noche de sus vidas, un momento sublime que quizás justifique en parte sus existencias. Como una cuestión de estética –algo subjetivo después de todo- el evento no produjo el mismo efecto en mí. Supongo que por eso he dedicado más espacio a los incidentes que la precedieron y sucedieron que a la presentación en sí. Aún así, no puedo negar que sentí un profundo respeto por la garra de estos fans y la música que ellos sienten en cuerpo y alma. Codearme –literalmente- con ellos en este agitado rito ha sido una experiencia memorable, alcanzando colectivamente una experiencia musical mucho más intensa que la cotidiana. Como un forastero agradecido, dancé con lobos en la noche metálica, la que sin duda será, una de las más memorables de un verano del 2010 que, desafortunadamente hasta el momento no ha sido rico en experiencias de intensidad parangonable.

lunes, 1 de febrero de 2010

Provocaciones



Algunos seguramente sentirán asco o indignación por mis actos. Me va y me viene. Muchos aquí siguen siendo prejuiciosos y bastante hipócritas. Moral e hipocresía son casi lo mismo. La gente calla cuando los parientes abusan de sus hijos, los escoltas de ese colegio que chifaban por notas con el director tiempo atrás y que hicieron la delicia de la prensa chicha ahora están casados y con hijos. La religión y las “buenas costumbres” son herramientas para fomentar la intolerancia y nublar el conocimiento. Lástima que en esta sociedad la mayoría todavía pertenezca a esa masa que Nietzche definió como “la trapa”. Claro que a mí no me afecta en lo más mínimo. Estoy más allá del bien y del mal, soy un superhombre, un maldito, un aventurero (como Lord Byron, como Sade, como Lawrence de Arabia). Generaciones más abiertas seguramente no se escandalizarán y aprobarán mi proceder.


A mis 16 años era bastante más avezado que mis compañeros de colegio. Devaneos sexuales, juergas y orgías etílicas, y experiencias regulares con narcóticos se habían vuelto parte natural de mi bagaje. Por lo anterior supongo que más de uno creerá que era el semental y el parrandero de la clase pero nada podría estar más lejos de la verdad. Yo le puedo entrar a todo pero siempre teniendo en cuenta mi propio interés y el buen gusto. Dado que mis compañeras eran vacías y no valían nada y mis compañeros unos patéticos mediocres, por puro desprecio hacia ellos nunca me molesté en darles a conocer mi faceta licenciosa.


Joder –en el sentido sexual del término- y cagar son dos experiencias muy placenteras, pero joder y cagar a alguien lo son aún más. Al empezar el año llegó a mi salón un zambo de rostro calavérico, que exhibía maneras y bromas grotescas. Inició una escalada de provocaciones contra nuestro tutor, un hombre algo mayor y de ánimo apacible aunque resentido por las amarguras del magisterio. La cosa no paró hasta que “se le salió el indio” y, preso de la cólera, embistió al provocador cual toro salvaje en plena clase. Dramas, disculpas, quejas de los padres, al final tanto el profesor como el alumno fueron expulsados. Me causó perplejidad que alguien tan incapaz como él hubiese podido ocasionar todo eso, aún a costa de sí mismo. Mi orgullo, tal vez también mi vanidad, me indujeron a querer superarlo.


Había un profesor de Lengua y Literatura por el que desde hacía un tiempo tenía una cierta aversión. Era algo en su actitud, típica de un maestro mediocre (hablaba mucho y enseñaba poco), pretencioso (comentaba libros que ni siquiera había leído) y aprovechador (solía hacer pequeños negociados en las representaciones y desfiles escolares). No era, sin embargo, ni mejor ni peor que el resto. No especificaré más allá las razones de mi antipatía. Tenía entre 40 y 50 años, estaba casado y con hijos, llevaba relativamente buen tiempo dictando, cosa destacable si se tenía en cuenta la alta rotación de docentes que había cada año. A pesar de que no parecía haber nada anómalo en él, corría el rumor de que sus preferencias sexuales eran más bien heterodoxas, lo cual era motivo de frecuentes burlas a sus espaldas.


Me dispuse a sondearlo. Procedí en todo momento con cautela, de modo que no pudiese sospechar. Noté cierto amaneramiento en sus gestos y tuve la impresión de que se quedaba mirando a algunos de mis colegas. Por las tardes traté de seguirlo, averigüé su dirección y un par de veces me puse a vigilarlo en su barrio. Desistí pronto de esas pesquisas por no poder encontrar nada concluyente y exponerme a ciertos riesgos, empezando por el de ser descubierto.


Decidí tratarlo más. Empecé a quedarme después de su clase para conversarle y a abordarlo en los recreos, en los que, generalmente, se quedaba sentado en una banca en medio de la neblina mirando los partidos de fútbol que se jugaban en la canchita, ocasionalmente hablando con algún otro profesor o siendo importunado por alumnos. Mis avances aparentemente no levantaron sus sospechas. Más bien se tomó de buena gana mi actitud, probablemente por sentir que mi trato era agradable y que, a diferencia de mis compañeros, me acercase para algo más que fastidiar. En un principio hablamos de una variedad de temas como el clima, algún suceso de interés, la cultura y las letras. Conversando de las de Francia me habló muy animadamente de Los Miserables pero cuando le quise comentar del decadentismo suplió sus escasos conocimientos literarios desviando el centro de interés hacia la película, también francesa El día del chacal.


A medida que me iba ganando su confianza afloraron otros detalles de él. Había estado en varios colegios antes, aunque no explicaba los motivos de su salida de ninguno de ellos y tenía desencuentros en casa. También me empezó a dar la impresión de que tendía a meter temas de gays en la conversación, no simplemente con el morbo hipócrita de la gente corriente sino con un interés más sospechoso. Hablaba, con sorprendente conocimiento de causa, de homosexualismo en las altas esferas de la política, el deporte y la farándula. Con deleite y desconcertante erudición se refería a las costumbres sexuales de Grecia y Roma, empezando por historias escabrosas como la de los pecesitos de Tiberio, las aventuras de Julio César y los excesos de Nerón y Heliogábalo. Pero sentía especial predilección por las costumbres de los griegos, entre quienes esas prácticas eran aceptadas, andaban desnudos en los gimnasios y las Olimpiadas y cuyos dioses y héroes hasta pateaban con las dos piernas. Los helénicos, decía, exaltaban las relaciones de los hombres con los imberbes efebos, solían confundir al amigo con el amante y era normal que los maestros se tirasen a sus educandos para transmitirles conocimientos.


-¿Usted también aprueba esas cosas profe? –le pregunté inocentemente en una ocasión después de oírlo.


-¡No!, claro que no. –respondió tajante pero claramente abochornado.


De todas formas seguí sacando partido de este obvio y turbio interés. Le traje los diálogos platónicos como El banquete, en donde se tocaba con particular entusiasmo el tema –Alcibíades es para mí el personaje más memorable de aquellas escenas- , la interpretación de los sueños eróticos de Artemidoro de Éfeso, las Églogas de Virgilio, picantes versos de Marcial y ficciones como El Satiricón. Noté que gozaba aún más hablando de ellos, aunque ello no debía insinuar más que un peculiar gusto por la literatura antigua.


Nuestra conversación, en todo caso, nunca se volvió del todo monotemática. Conversábamos sobre el resto de alumnos, rajando de ellos y del absoluto desinterés de la mayoría por su instrucción, todo con la distancia de quien mira a los demás desde un pedestal. También empecé a enseñarle algunos de mis escritos, los cuales calificó como muy ingeniosos. Cuando una tarde me invitó a comer un cuarto de pollo a la brasa después de haber leído algunos de mis versos con la supuesta intención de comentarlos, sus fines se me empezaron a hacer bastante diáfanos.


Fue la señal de que debía dar un nuevo paso sin tener ningún escrúpulo. Era claro: la literatura antigua llevaba al pollo a la brasa y el pollo a la brasa a algo más. Siguiendo las sabias leyes de la alquimia que afirman que para ganar en ella algo valioso hay que entregar algo más o menos proporcional, hacer un autoscacrificio, estaría dispuesto a ser humillado y a embarrarme para hacer caer al sujeto en cuestión en la completa indignidad. Claro que mi repugnancia no era mucha, a fin de cuentas se trataba sólo de experimentar nuevas sensaciones y ya antes no había dudado, por ejemplo, en complacer las exigencias de un par de helenófilos, vendiendo mi cuerpo por dinero. Sólo me había refrenado de rebajarme a la pasividad, teniendo en cuenta la afirmación de Séneca de que ello era para el hombre libre una deshonra y para el esclavo un deber en todo aspecto. Y yo, como hombre nuevo, siempre he valorado mi libertad.


Lo convencí de quedarnos en su salón durante una hora después de clases con el supuesto fin –que fue el que referí a mis viejos- de que me echase una mano con los contenidos del curso. Aproveché las sesiones más bien para meterme mano frente a él, aparentando que me rascaba despreocupadamente las nalgas y la entrepierna; y para sazonar la conversación con picantes tópicos, generalmente inspirados en las lecturas de mi profesor.


-¿Por qué le afana tanto el asunto profe? –le pregunté una tarde como quien no quería la cosa.


-Ya no puedo seguir ocultándolo, pero, por favor, no se lo digas a nadie…


Lo soltó. Confesó su secreto contando con mi confidencialidad. De tiempo atrás le gustaban los hombres –los jovencitos para ser más exactos. El que su mujer no le hiciese caso y sus hijos no lo comprendiesen contribuía a agravar su si0uación. Pura retórica barata, en todo caso era el momento para pasar a la acción. Sin que el profe se diese cuenta del fin que tendrían, le dije que solicitase a un conserje con el que tenía confianza traer al salón sogas, cinta adhesiva y una vara (quizás pensó que servirían para el ensayo de una obrita escolar) Yo, por mi parte, había colocado una caja de preservativos entre dichos objetos. Esta sería la utilería de la truculenta escena que íbamos a representar.


“Casualmente” se me cayó liquid en la camisa. El profesor con un trapo se puso a limpiar, yo le pregunté si últimamente había andado con ganas de conocer helénicamente a alguno de mi clase. Me rasqué otra vez. “Life is a thriller”, le dije casi en un susurro.


-Voy a tener que castigarte por tus malcriadeces. –dijo el profe mientras me arrancaba la camisa y se bajaba con ímpetu los pantalones.


Me estuvo metiendo mano y tratando de besarme. Pude haber opuesto resistencia pero eso no estaba de ninguna manera en mis planes. Más bien le pedí que me diese duro, amarrándome al escritorio en una pose humillante y desnudándome. Repetidos golpes de la vara que el maestro envainó desgarraron mi piel. “¡Sufre alumno sufre!” exclamaba sonriente mientras yo apretaba los dientes. Y, satisfecho de azotarme, empezó a sodomizarme. Esto último lo hizo, tal como debía ser, después de ponerse los condones que se encontraban entre todos los instrumentos del altar de esta ordalía. Habría podido agregar vaselina para aminorar el ultraje pero eso habría dado una inconveniente impresión de consentimiento al acto.


Mi cuerpo se agitaba con cada brutal embestida contra el escritorio, que resonaba con la fuerza de un gong. No hay duda, el profesor demostró ser todo un salvaje, una fiera descontrolada. O, como habría dicho mi desafortunado ex tutor “se le salió el indio”. Entre gemidos de excitación se lo podía oír exclamar obscenidades como “!Duro, duro, duro! o la más curiosa “!Chimpun Callao!”. Fue especialmente desagradable el rogarle que me eyaculase encima antes de ser amordazado en el clímax, quedando anegados mis gritos. Apenas vi su rostro pero sospecho que debía tener un expresión de éxtasis. Al final se levantó, se subió los pantalones y dijo, esta vez con tono de gracia, “no se lo digas a nadie”, salió silbando y cerró la puerta con llave.


Le había hecho creer que me las arreglaría para salir al rato (los amarres no eran muy fuertes) y que ya no debía quedar nadie en el plantel. No sabía que en el recreo le había avisado a un conserje con el que tenía confianza que pasase por el salón por esa hora para recoger unas cosas que se habían quedado ahí. A la hora esperada, vi cómo trataba de abrir la puerta. Sacó la llave y pasó, al verme debe haber quedado completamente conmocionado: estaba desnudo, amarrado al escritorio, amordazado, amoratado y eyaculado. En algo parecido a la posición fetal derramaba silenciosas pero intensas lágrimas de cocodrilo.


-Fue el profesor, ¡me violó!... Hablaba de poemas, me metió mano, me amarró, me pegó, me… -dije deshecho en sollozos cuando me sacó la mordaza, actuando como si todo fuese tan duro que no me salieran las palabras.


-¿Quién fue ese rosquete conchasumadre? –preguntó el viejo con una mezcla de ira e indignación.


-¡El profesor Gaviria!


Me desató. Le dije que llamara a la policía, previamente me cubrió con una manta –me aseguré de que no lo hiciese donde había semen. En más o menos un cuarto de hora llegaron los investigadores, al poco rato también estaban ahí la prensa y profesores, compañeros y padres, formando una pequeña multitud que me jalonó a la salida de la escuela. Fui llevado a la comisaría, no sin antes hacerse pesquisas en la escena del crimen y verme obligado a responder a los inoportunos reporteros, permanentemente sollozando consternado.


Di mi versión de los hechos. En ella yo nunca había sospechado de las intenciones de mi maestro: sólo pensaba en el enriquecimiento académico, no había hecho nada por provocarlo y me había agarrado desprevenido y abusado de mí con sevicia. Las muestras de esperma confirmaron que él era el abusador. Esa misma noche fue detenido a la salida de un bar gay.


Después, el juicio, y el escándalo que hizo por unos días la delicia de la televisión y de la prensa sensacionalista y que, por supuesto, dejó por los suelos la imagen del colegio –como si hubiese tenido algo bueno que lucir antes- aparte de llevar a muchísimos padres a sacar a sus hijos –yo entre ellos. Nadie le creyó al abusador, evidentemente desmentí indignado todas las insinuaciones que hizo sobre cómo lo había llevado a hacer eso. Se hizo notar su enfermizo interés por cierta literatura grecorromana y la viciosamente elaborada forma de la violación. Se mencionó con sorpresa, sin embargo, el hecho de que hubiese usado protección. Esto último fue lo único que mereció la aprobación de quienes lo juzgaban, aunque no ayudó a rebajar la condena. Me enteré después de que una turba de padres que vivían por su barrio saquearon su casa y que su mujer lo dejó. No me cuesta inferir que en la cárcel muchos reos lo deben de haber violado y vejado, tampoco me sorprendería que los propios policías se les uniesen. Si sigue entero no cabe duda que le habrá dado sida, porque la gente de allá no tiene la gentileza de cuidarse. Evidentemente, durante largo tiempo aparenté estar muy afectado.


Comencé este relato diciendo que seguramente mucha gente se indignaría con él. Reitero que me importa un carajo. Humillé en todo sentido a uno de mis mayores a la manera que lo hizo mi bienamado Rimbaud con Verlaine. No sé si, como con éste último, la experiencia vivida tenga un efecto trascendente en su espíritu ni me interesa realmente. Quiero solamente dejarlos pensando antes de terminar que, así como aquella vez manifestó conmigo sus bajos impulsos y fue descubierto, debió de haber hecho lo mismo con muchos otros, sin esperar su consentimiento. Así, mi acción, que tan repelente ha de haber parecido desde el principio podría -para algunos- considerarse como un acto de justicia. En cuanto a mi suerte, el colegio tuvo que indemnizarme por daños físicos y psicológicos, quedé completamente limpio de toda sospecha y mi entereza a la hora de denunciar fue elogiada por muchos, tanto así que he oído que un par de promociones fueron bautizadas con mi nombre.


A propósito de esto último, tal vez no esté del todo de más aquella máxima de esa superstición llamada cristianismo que dice que por sinuosos caminos discurre la voluntad del Señor.

viernes, 1 de enero de 2010

Análisis al analista (acertado soneto dedicado por Carlitox Miranda Pasalaqua, alias Darth Baston)


Catorce ripios al infatigable

arcano observador del frenesí,

cuya vehemencia inconmensurable

le inunda el desencuadre de sí.


Se trata del aliciente del alma,

la metáfora y su respiración,

una ley metafísica que calma

la peor intransigente maldición.


Con la política y sus vaivenes

desaloja la sala de espera

desde vetustas Mistificaciones.


Como donjuán espero te estrenes

y guardes en tu infinita galera

con la gran gama de Provocaciones.


A pulpín, quien me entusiasmó y ayudó a seguir con esta locura de (como él lo diría) compartir.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Amor bizarro: japo se casa con videojuego

Acabo de salir de vacaciones y, aunque me he propuesto escribir, no tengo nada interesante por el momento. Me deprimí mucho y me puse a escribir unos poemas. Lamentablemente, perdí el manuscrito más avanzado, mejoré de mi depresión antes de lo imaginado (qué ironía) y ya no sé cómo expresar lo que tenía.

A falta de ideas, algo bizarro. Vean escenas del primer matrimonio entre SAL 9000, conspicuo gamer japonés y Nene Anegasaki, heroína de Love Plus, su erogame favorito, cuyos desarrolladores advirtieron que empezaría a suplantar las relaciones con mujeres reales. Al parecer la amenaza ya se está realizando.

http://www.youtube.com/watch?v=ODcghgZh3mQ&feature=related

Algunos comentarios de negritos norteamericanos aparentemente indignados por tal osadía, ¿estarán resentidos porque el japo se les adelantó?

http://www.youtube.com/watch?v=gdMySPRhvXE&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=YeKxh7FakgI&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=kOP49luDifc&feature=related

Mientras éste otro sujeto especula sobre cómo han de ser los actos sexuales de esta pareja:

http://www.youtube.com/watch?v=EPqhFJNngTQ

PD: Por si no lo sabían, el año pasado en Japón se presentó un proyecto de ley para legalizar el matrimonio entre seres humanos y personajes de anime y videojuegos (¿y alguien decía que con el matrigay ya era too much?)

La iniciativa no prosperó, aunque sí se abrió paso otra en el parlamento nipón, por la que se han impuesto estrictas regulaciones a los contenidos de erogames: de ahora en adelante, quedan prohibidos los juegos con violaciones a mujeres o seres antropomórfico de aspecto femenino...

Nota del 09-12-09: Acabo de recibir de buena fuente la noticia de que se han anulado las nupcias entre SAL 9000 y Nene Anegasaki.... pues el primero ya estaba casado y la bigamia tampoco está permitida en Japón. Parece que no bastó la maniobra de casarse en Guam para salvar el impedimento legal.

Ahora sólo nos queda esperar a que un soltero haga el intento a ver si surgen nuevos reparos frente a tal enlace...

jueves, 15 de octubre de 2009

Sobre las marionetas




Despertó tras haber tenido sueños inquietantes. La habitación, cuyas ventanas daban al patio de un edificio, era relativamente reducida, estaba escasamente iluminada y apenas llegaban los ruidos de una construcción cercana. No pudo evitar sentir una atmósfera de tenso encierro. Por más que trataba de aclarar su mente, no podía recordar quién era ni qué había estado haciendo. Era como si nunca hubiese vivido.


Por un rato sintió que se le aparecían las turbadoras visiones del sueño y escuchó ruidos y voces que evocaban un peligro inminente. Sus sentidos estaban aguzados, alerta a las menores señales y sensaciones. Encendió la radio, esperando que la música lo tranquilizase, pero sonó una turbadora melodía atonal. Se levantó y se puso a caminar por la sala próxima al cuarto, pero no pudo alejar el temor. Finalmente regresó a la cama, algo más calmado, y cogió un libro. Eran las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe. La lectura de una de ellas, sobre una oscura culpa, un siniestro castigo e indecibles horrores volvió a sumergirlo en la intranquilidad.


Nuevamente cayó dormido por un lapso indeterminado, en el que ya no tuvo la sensación de haber soñado. Al volver en sí observó mejor el aposento. Había libros y objetos variados acumulados en repisas, una radio portátil, paredes desnudas de color blanco grisáceo. Pero lo que más llamó su atención fue una marioneta sentada en una silla junto a la ventana. Medía cerca de un metro de altura; su vestimenta podía considerarse un cruce de la de mago, payaso y hombre de mundo; llevaba un sombrero de guiñol. Su rostro estaba cruzado por una inamovible sonrisa cínica, a la vez burlona y distante que lo inquietaba en medio del silencio, que ahora era casi absoluto.


-Te saluda el yo que existe en tu mente. –escuchó decir a una voz vacía, monocorde, casi inhumana que parecía proceder de ninguna parte.


Trató de ignorarla, como otras voces que había escuchado confundidas entre el sueño y la vigilia. Pero al poco tiempo volvió a oírla.


-¿Por qué no contestas? ¿Acaso crees que soy una alucinación?


-¿Quién habla? –preguntó inquieto.


Estoy frente a ti.


Recorrió con la vista la habitación. Se fijó en la marioneta ¿Podía estarle hablando un objeto inanimado? ¿Estaría de nuevo soñando?


-Dudas que esto sea real, ¿no?


-Tengo que estar soñando. –se dijo a sí mismo mientras se llevaba las manos a la cabeza.


-¿Cómo estás seguro de eso? Cuando vives el día a día, ¿qué te asegura que ése no sea el sueño?


Parecía leer su mente. Tuvo la impresión de que jugaba sucio con ella.


-¿Quién eres? ¿Qué quieres decir con que eres el yo que existe en mi mente?


-Al final toda persona es para el otro la imagen que existe de ella en su mente.


-Tú no eres más que una marioneta y esto es una alucinación.


Su sonrisa no variaba pero ahora la sentía más amenazadora. Sintió que lo invadía el absurdo.-¿Qué no te asegura que tú no seas una marioneta y que tu vida no haya venido siendo una alucinación?


-Lo que dices no tiene sentido. –exclamó.


-Tu forma de reaccionar es predecible. Te resistes a lo desconocido porque temes que no haya retorno de ese trance.


No podía entender lo que le quería decir con esa voz inefable. Siguió un momento de silencio ominoso.


-Veo que te has quedado sin palabras.


-Quieres ponerme entre la espada y la pared, ¿verdad?


-Quienes viven huyendo acaban así. De tanto reír se olvida el horror. Pero el horror no desaparece, siempre está al acecho.


Entonces tuvo una sensación de espantosa familiaridad. Las frías palabras de la marioneta parecían traducir la soledad y el desconcierto que lo rodeaban. De un momento a otro ésta volvió a interrogarle.


-¿Quién eres?


-¿A qué te refieres?


-Según dices yo soy sólo un muñeco ¿Tú quién eres? ¿Cómo ha sido tu vida? ¿A qué personas conoces?


Se puso a hacer un esfuerzo por recordar pero todos esos detalles se le escapaban. Lo único nítido en su mente eran las imágenes de pesadilla y su inquietud presente.


Allá fuera volvió a oírse el ruido de la construcción.


-Eres un ser imperfecto. El hombre es un ser imperfecto. En una noche de estrellas, ¿no te sentirías abrumado por el infinito o temerías ser destruido por un evento cósmico: un agujero negro, una lluvia de asteroides, la explosión del Sol?


En ese momento, sin embargo, ni siquiera era capaz de concebir una noche estrellada.


-¿Qué quieres de mí? –le preguntó al muñeco mirándolo fijamente y con impaciencia.


-Aprecia tu situación. Estás sólo, no sabes quién eres, el miedo te paraliza, conversas con una marioneta, ¿crees que se puede estar más enajenado?


La sugestión iba afectándolo no sólo en un plano ontológico sino también en el fisiológico. Su estómago sufría extrañas revulsiones y sentía una indefinible nausea.


-Cuando estás con la gente, ¿cómo sabes que no hablas con ilusiones? El paso del tiempo va alejándolo todo, te va erosionando, todo lapso se vuelve más efímero y más mecánico ¿Sabes el desgaste que implica seguir viviendo así? Y aún más, te procuras mil distracciones pero cuando estás se agoten ya no habrá forma de escapar.


-¡Dios mío para!


-Ridículo, patético. Eres un payaso. Te sueltan a tu soledad y mira cómo te pones.


La sonrisa del muñeco lo iba sumiendo en la desesperación.


-Seres imperfectos. Ni con sus mejores fórmulas consiguen aprehender la trascendencia y si se acercan a ella, suelen enloquecer ¿Y cuantas de sus preocupaciones no son terriblemente banales? Se atormentan con ellas y a cambio consiguen librarse de sus dudas más hondas, aquellas que los dejan al borde del abismo. Y ahora, ¿no sientes que la realidad se desvanece a tu alrededor como cuadros de animación? ¿Notas el aire enrarecido?


-¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?


-Todo.


-¿Quién eres? –pronunció casi tartamudeando.


-Yo juzgo.


La naturaleza del diálogo y lo extraño del ambiente, que evocaba un extrañamiento absoluto, lo fueron dejando transido de un horror más profundo que el de sus pesadillas. No sabía si lo que tenía en frente era un robot, un demonio o Dios. Trató de dormir pero fue interrumpido.


-¿Por qué mentiste?


-¿Cuándo he mentido?


-No trates de ocultar tus actos. Yo sé lo que te niegas a ver. Sólo te mentirás a ti mismo. Ahora dime, ¿por qué robaste?


La repentina escalada en las acusaciones lo inquietaba.


-¿Es esto un interrogatorio?


-¿Por qué violaste?


-¿Qué clase de persona crees que soy? ¿Cómo te atreves a acusarme de cosas así tan alegremente? –reclamó indignado.


-No has respondido a mi pregunta.


¿Podría tener razón? Estando en ese cuarto él era incapaz de recordar cuanto hubiese hecho y a otras personas, aún lo más íntimo.


-Veo que ya no eres capaz de responder por tus actos.


-¿Qué insinúas infeliz?


-¿Por qué mataste?


Lo invadió una desesperación absoluta. De la nada una música semejante a la que lo había atormentado descargó sus inclementes acordes, los taladros de la construcción retumbaron y el sinsentido vital y la culpa por actos que no podía recordar lo paralizaron y atormentaron al mismo tiempo. La sonrisa y la voz inhumana del muñeco no lo dejaban en paz.


-¡¿Qué quieres de mí?!


El hombre, violentamente agitado, rogaba porque el suplicio acabara de cualquier forma.


-Veo que no te enfrentas a nada.


-¡Calla! ¡Déjame en paz maldito!


-Calma. Hagamos un poco de lógica. Tú sirves como un engranaje más del artificio humano, aunque ahora te hayas descompuesto. Veamos entonces: todo lo que sirve son marionetas. Los hombres sirven. Por tanto, todos los hombres son marionetas.

Al darse cuenta de su insignificancia, paralizado ante un desafío que parecía un juego insignificante al principio, estalló en un llanto que asemejaba una carcajada desesperada ante la inverosimilitud de lo que le estaba sucediendo. Atrapado en la infame habitación sin saberse dormido o despierto, persona u otra cosa, reducido a un pensamiento sin huésped, cayó en la cuenta de su condición.


Hubo un prolongado grito, sucedido por el ruido de un impacto y por el silencio. La marioneta, con su sonrisa inconmovible, seguía sentada en la habitación vaciada.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Reconocimiento inesperado: tercer lugar en poesía en juegos florales universitarios

Por primera vez mi poesía ha sido reconocida. Fue una sorpresa para mí y no casi tengo palabras para definir lo que sentí al enterarme. La verdad mi obra poética es escasa y responde básicamente a una necesidad emocional de liberar ciertos momentos de fuerte inquietud interior, dándoles un valor estético.

La universidad Ricardo Palma convocó a sus XIII juegos florales entre estudiantes universitarios de todo el Perú, en las categorías de cuento, ensayo y poesía. Me enteré del concurso 3 días antes de que se venciese el plazo para entregar mis trabajos, seleccioné 6 poemas -entre ellos Teorema cosmológico- y los mandé. A la semana siguiente, el 14 de septiembre tuve la nueva ¿Podrá decirse que ya soy un poeta laureado o es una ridiculez?

En todo caso esos 6 poemas serán publicados el año venidero en la antología del certamen. Supongo que para entonces tendré que ceder los derechos de autor.

Aquí les paso el artículo que se publicó en la revista de mi universidad dedicado al premio -dos compañeros también fueron galardonados:

www.pucp.edu.pe/q/images/documentos/.../suplementoq159.pdf

Me pregunto cuanto tiempo pasará hasta que tenga otros 6 poemas que valgan la pena listos... Igual, como deseo esperar tanto tiempo, considero que lo más significativo de mi verso está ahí y estoy seguro que por el momento no habrá inconvenientes de copyright les dejo para esta vez mi más reciente poema....

Encrucijada

Al compás del metrónomo implacable

se marca el plazo irrevocable

al alma desconcertada.

El despreocupado vagar

por los campos de ilusiones

cesa ante la decisiva encrucijada,

un paso en falso y la hecatombe.

Las señales se multiplican confusas,

la voluntad se estrella con murallas de papel

hasta estancarse en inabarcable congestión,

en cuyos buses se agolpan, resignados,

los espíritus en derrota

¿Seguir la estela de los sueños

hasta perderse en el olvido?

¿Marchar por la senda de las ambiciones

hasta fatigar el banquete de la extenuación?

Hoy empieza la brutal carga

contra la trinchera del mañana.

La euforia del día

se consume en la desesperanza de la noche.

Expedientes de obligaciones en permanente acumulación,

reglajes minuciosos de nuestra existencia,

de duendes que nos llaman y hostigan para no divagar

y cobrar letras de pago marcando los plazos

en que vamos haciéndonos esclavos de la ansiedad.

En la encrucijada del deber

yace desdoblado, crucificado, el ser.

Voluntad abandonada a su suerte,

a bordo de una balsa a la deriva navego

por océanos de indecisión

Y de repente, el milagro,

qferrándome a las cumbres de un paraje

de encantadas florestas y ruinas de tiempos superpuestos,

contemplando en el horizonte la encrucijada

Conquisto efímera, la liberación

De una lúcida felicidad.

viernes, 4 de septiembre de 2009

En busca de las muchachas en flor


















Acabo de regresar a Lima para empezar un nuevo semestre en la universidad. No hice gran cosa este verano, al punto que algunos calificarían las mías como vacaciones inútiles. Sin embargo, tuve el tiempo y el interés suficientes para indagar en el caso de un amigo víctima de una desventura sirviéndome de sus testimonios y de las ficciones que motivaban sus actos. El examen de este caso, si bien puede parecer trivial o inclusive ridículo para quien lo observe a la distancia me ha resultado esclarecedor sobre este colega, sus circunstancias y ciertos aspectos de la vida en general.


Era un sujeto atípico. En cierta forma como un fantasma que se sentía a la deriva en nuestro mundo. Esa impresión daba mientras paseaba con la mirada perdida por el campus, siempre llevando puestos unos grandes audífonos (que parecían sustituir a sus oídos) que contenían melodías casi siempre ligadas a las fantasías que lo dominaban. Estas consistían esencialmente de un corpus de animaciones, historietas, videojuegos, literatura fantástica y de ciencia ficción aparte de ciertos referentes clasicistas. Según decía, los cuentos de hadas y relatos como Alicia en el país de las maravillas marcaron su infancia hasta volverlo un rehén del país de los sueños. Estas ficciones y las especulaciones filosóficas (particularmente las estéticas) eran sus obsesiones, al punto que apenas hablaba de cosa alguna que no tuviese que ver con ellas. Estoy seguro de que pasaba más tiempo en internet y disfrutando de ciertas creaciones que interactuando con la realidad.


Lo conocí en nuestro segundo semestre en la universidad. Llevamos juntos un curso de apreciación cinematográfica y una noche, a la salida de una clase, entablamos conversación por accidente. Sorprendentemente, congeniamos. A ello contribuyó mi falta de amistades en la ciudad y el carisma que, a pesar de toda su locura, emanaba. Tenía un aire reconocible: de cabellera castaña leonada y sonrisa fácil, ni muy viril, ni muy afeminado, era de buen aspecto y sobretodo llamativo, pese a su vestimenta descuidada. Salvo yo, todos sus amigos parecían compatriotas de su submundo, con quienes mantenía apasionantes discusiones absolutamente irrelevantes para quienes no pertenecían a aquel círculo.


Había pasado algo más de un año de conocerlo, durante el cual fui contagiado de algunas de sus aficiones cuando me refirió una vieja obsesión suya cuyo estudio ahora deseaba sistematizar. Se trataba de una caracterización o tipología de lo femenino: las muchachas en flor. Las definía como mujeres que conservaban rezagos infantiles en su aspecto, gestos y conducta. La adoración, la ternura y el deseo de protección eran los sentimientos que estas nínfulas inspiraban. Según sostenían los entendidos, este tipo de mujer sólo existía en ciertos videojuegos, historietas y animaciones japonesas y tenía sus antecedentes en cierta literatura esteticista decimonónica de la belle epoque. En sentido contrario, él afirmaba que este tipo de mujer tenía referentes en el mundo real y que sólo hacía falta una buena observación y tipificar sus características. Su clasificación de este singular tipo de mujer –que desarrolló en una serie de ensayos publicados en internet- contenía, entre otras categorías: lolitas (muy infantiles), vacunas (voluptuosas), principescas (esbeltas y refinadas), gelígneas (falsamente frías), cristalinas (de lentes) y angelicales (indefensas, saturantes). Para probar su hipótesis me presentó algunas compañeras que supuestamente poseerían rasgos de estos arquetipos.


-Si quieres que hayan unicornios no lo conseguirás poniéndole cuernos a los caballos. –fue mi comentario frente a sus despropósitos.


-Ciertamente este tipo de chicas no existe en estado puro pero su referente necesariamente se basa en la realidad. –me respondía con lucidez impropia de él.


Creo que mi colega, percibiendo la imposibilidad de encontrar alguna mujer que se ajustase suficientemente a su fantasía, estaba por desistir. Sin embargo, a raíz de un curso de Filosofía revivieron sus esperanzas.


Mientras estudiaban a Kant y a Hegel hizo dos descubrimientos que determinaron el curso de su investigación: una ficción animada que causó profunda impresión en su espíritu y una joven que parecía la concreción de su Ideal (si bien más en el sentido platónico que el de los maestros germanos). De la primera exclamó exaltado que se trataba de una logradísima síntesis de lo bello y lo sublime en su mezcla de bellas muchachas en flor, acción desgarradora, audaz lenguaje visual y profundo mensaje que revindicaba las artes y la capacidad redentora del amor. De la segunda decía que era la versión en carne y hueso de una de las heroínas de la joya en cuestión.


-No me había fijado en ella hasta descubrir esta obra y este personaje. El parecido me excita. –añadió esa vez.


Cuando me la presentó no pude negar que esta vez sí parecía haber atinado. A primera vista diría que se asemejaba en un 70% a su referente gráfico y era, por cierto, bastante atractiva. A través de las conversaciones que sostenían después de clases fue acumulando información sobre ella. A partir de lo que pude ver y conocer la siguiente sería una semblanza aproximada de aquella a quien él siempre se refirió como la muchacha en flor.


Tenía 19 años. Su cuerpo, a la vez voluptuoso y estilizado, estaba bien formado por la práctica del deporte, aunque era algo baja. El cabello castaño le llegaba hasta poco después de los hombros y formaba por momentos un cerquillo en su frente. Tenía rostro de niña, con nariz y boca breves, y unos traviesos ojos verdes sobre los que se colocaba unos lentes de cuando en cuando en clases, que la hacían verse más encantadora. En su vestimenta predominaban el color blanco y el rosado (a veces mezclados con colores oscuros) y muchos de sus trajes llevaban un lazo atrás. Su voz era dulcemente aguda, con un lenguaje caracterizado por ciertas frases típicas tales como igual y, es verdad, y hombrecito. Más de una vez la encontró en pleno campus enzarzada en juegos infantiles y a veces llevaba algún peluche o colorido bolso a clases. Sus gustos en general eran refinados (aunque salvo en filosofía no coincidían con los de su admirador) y su conversación agradable. Asimismo sabía que no manejaba ni trabajaba, que dominaba el inglés y estaba aprendiendo francés, que se distraía fácilmente, solía sufrir de gripe y de una ligera anemia, tenía debilidad por los dulces, había atravesado algunas decepciones amorosas y era bastante apegada al padre.


A medida que avanzaba el curso la fue deseando crecientemente. Tenía poca o ninguna experiencia con las mujeres y era bastante torpe en el cortejo. Trataba de aprovechar los diálogos filosóficos después de clases para acercársele pero padecía de una continua interferencia por parte de los amigos de ella, a los que calificaba en su mayor parte de gente superficial y vulgar. En vísperas del examen final, cuando la estuvo ayudando a estudiar y ella mostró un inusual interés por él, se armó de valor y tomó la decisión de confesarle sus sentimientos a la salida de la prueba. Sin embargo, nuevamente fue interferido por su círculo de amistades, con el que ella se fue a festejar, dejándolo varado en el paradero.


Otros se habrían dado por vencidos llegado ese punto. Sin embargo, él insistió.


-Me parece muy bien que por fin te intereses en una mujer real pero, ¿no crees que deberías tomarte esto con más calma?


-¿Cómo puedes pedirme eso? Ella es la realización de mis sueños de tantos años… ¿Dónde voy a encontrar una que se ajuste tan bien a mis arquetipos? Ésta es mi oportunidad de llevar la investigación a sus últimas consecuencias.


Hablaba con una pasión inusual aún en comparación con el resto de sus fijaciones. En realidad no la amaba a ella sino a la muchacha del cuento de hadas de la que estaba convencido que era la encarnación. Incluso confesó que su mayor fantasía era hacerla usar uniforme escolar y lazos en el pelo… ¡como su alter ego! Para él la providencia (o el mágico azar) la había puesto en su camino precisamente en medio de su decisiva indagación y en un curso de Filosofía. Por ello en los meses venideros su acoso proseguiría sin tregua.


Sin embargo, en todo ese tiempo tuvo menos oportunidades de andar con ella. Las conversaciones de Messenger solían estar presididas por largos silencios de su parte, que lo forzaban a conducirlas como si fuesen interrogatorios. Más o menos lo mismo sucedía cuando se veían. Alguna vez llegaron a salir sin que sucediese gran cosa. Lo más grave es que comencé a percibir que quien se estaba pareciendo cada vez más a la anhelada muchacha en flor era él, pues fue interpolando varias acciones y actitudes de la misma en su esfuerzo: la seguía, daba muestras excesivas (e inútiles) de afecto, le preparaba y regalaba comida, trataba de entretenerla mientras ella (con un cierto paradójico parecido al amado de su supuesto alter ego) rechazaba sus avances aduciendo estar muy ocupada con los estudios y alguna vez incluso olvidó su nombre. En suma, era sumiso, débil y frágil.


Esta desafortunada imitación llegó a su climax cuando él le mandó una andanada de mensajes de texto cada vez más desesperados recordándole una cita que nunca llegó a concretarse (finalmente resultó que a ella se le había malogrado el celular, lo cual dificultó aún más las comunicaciones). Y aparte de este hubo una sucesión de malentendidos que complicaron todo acercamiento y que según él arruinaron sus preciosas oportunidades.


Finalmente creyó sus plegarias escuchadas. Ella lo llamó desde su nuevo celular, pero no pudo contestarle, por lo que le dejó algunos mensajes. Ella le respondió a su vez con otros más y quedaron en encontrarse el lunes en el patio de su facultad. El corazón se le aceleró. A mediodía se vieron.


-Justo me acordé de que eras bueno en Filosofía y pensé que podías pasarme tus exámenes para que los revise un amigo que está llevando el curso con el mismo profesor. –le dijo con su voz edulcorada.


Fue un golpe bajo, ¿qué habría dicho su bienamado Kant de la forma en que ella lo trataba como un simple medio? Aún así no pudo evitar entregarle las fotocopias de esas pruebas, hipnotizado por la dulzura que su heroína emanaba. Luego quiso acompañarla a ver un partido en el campo de fútbol pero ella se mostró fría y a cada momento parecía querer librarse de él. En el camino se cruzaron con el beneficiario de sus conocimientos filosóficos, un joven con aspecto deportivo que calificó de un tanto insípido, antipático y dado a usar muy a la ligera la palabra filosofía. Un par de días después los divisó besándose en un jardín y ella ahora afirmaba que le habían robado el celular cuando le preguntó por qué ya no contestaba a sus llamadas.


Nos encontramos al poco tiempo de que hubiese experimentado aquella decepción. Se veía indignado. Lo invité a salir y hacer algo para olvidar todo.


-Ella habría sido la primera. –me dijo mientras comíamos en un sitio cerca de la universidad.


-Ya habrán otras, no es tan difícil que caigan.


-Quería que fuese algo especial. No quería desaparecer de su vida.


No supe que decirle. Entonces él sacó un diario donde me señaló que estaban escritos los pormenores sobre ella y la relación que entablaron. También anunció que había enviado a mi correo electrónico las conversaciones virtuales más saltantes que mantuvieron. Las clases habían acabado y en dos días debía regresar al Cuzco por lo que le pregunté qué haría en esos meses.


-Mi amor, ella tiene que sentirlo. –dijo como ensimismado.


Se puso a hablar de cómo quienes defraudan sentimientos tan intensos y persistentes como los suyos haciendo como si ni siquiera los percibiesen deben pagar una reparación. Él le haría pagar. Quise pedirle más detalles, pero sólo me insistió que no tendría manera de ignorar lo que había sentido por ella. Seguimos caminando hasta tarde en la noche, al final sorprendentemente pudimos conversar de temas más banales, aunque siempre sus temas.


No he vuelto a saber de él desde entonces. No ha aparecido ni en el campus ni en la red. Creo haber dejado el principal testimonio acerca de este misterioso amigo que deambulaba entre nuestro mundo y sus ensoñaciones virtuales. No puedo negar el influjo que ha tenido en mi vida, he heredado algunos de sus vicios y obsesiones.


Últimamente consumo varias de las producciones que me refería, releo sus curiosos ensayos de estética y debo decir que cuando veo chicas carentes del encanto que él evocó pretendiendo imitarlo con accesorios como orejas de conejo o trajes llamativos siento un cierto fastidio. Pero por fortuna en el momento en que termino estas notas me encuentro al lado de una criatura naturalmente encantadora. Tiene un sugerente uniforme de escolar con una flor y lazos en el cabello, la voy a llevar a una fiesta de disfraces esta noche. Creo haber cumplido adecuadamente los deseos de mi colega. Debo agradecer al diario, las conversaciones que recibí de él antes de las vacaciones y a la mayor facilidad de trato que poseo mi buen éxito con ella. Claro que a mi me gusta por lo que es y no por lo que parece... creo. Y aparte, hace tiempo que buscaba estar con flaca en Lima.


No abundaré en pormenores sobre cómo tuve la facilidad de la que mi amigo careció para realizar sus propias fantasías, quedándome con esta joven tan llamativa que le quitaba el sueño. Más de una vez he pensado en él, sintiendo gratitud por cómo me acogió. Si llego a verlo en un futuro cercano espero que volvamos a pasar buenos ratos y saber qué ha sido de su vida. Aún así preferiría mantener apartado el tema de mi reciente conquista. Estimo que ni él ni ella saben nada acerca de mi relación pasada con el primero y presente con la segunda. Eso, supongo, es lo mejor. Lo contrario seguramente desataría un molesto melodrama que me quitaría tiempo que no me sobra y amargaría notablemente mi carácter cuando todo anda bastante bien y empiezo a asentarme en esta ciudad.


Recientemente, sin embargo, tuve un encuentro, que no puedo dejar de anotar. Mi nueva pareja y yo paseábamos por el campus cuando pasamos por uno de los comedores y en una de las mesas del patio externo presenciamos algo que me dejó perplejo y que a mi acompañante pareció ocasionarle cierto horror: una joven muy parecida a ella conversaba con unos sujetos (identifiqué a uno de ellos como un compañero de aficiones muy próximo a mi desaparecido amigo). La semejanza con mi acompañante era chocante sobretodo porque la muchacha parecía una versión que exageraba sus rasgos adorables: ojos grandes; cabello castaño semilacio, semilargo, con cerquillo; complexión suavemente voluptuosa; piel blanca y sonrosada; facciones finas e infantiles, voz dulce, gestos muy delicados. Y además estaba disfrazada, vistiendo un uniforme casi idéntico al del personaje al que mi compañero febrilmente creía que se parecía la chica que ahora estaba a mi lado. De no haber sido más alta y notarse algo de artificial en su aura seguramente la habrían confundido a ella y su inoportuna imitadora. Debo decir que, ante su misterioso e irreal encanto, sentí cierta atracción. Nos quedamos observando desde lejos, no atiné a acercarme, mi compañera, casi indignada, me exigió que nos fuésemos. Antes de retirarme noté que la nueva muchacha en flor había cruzado miradas conmigo y que me guiñó un ojo.


Su mirada fue como un deja vu. Recordé a mi colega y todas esas conversaciones en que le brillaban los ojos hablando de jóvenes como la que tenía en frente. Sin embargo, quise creer que fue una simple corazonada.