domingo, 27 de septiembre de 2009

Reconocimiento inesperado: tercer lugar en poesía en juegos florales universitarios

Por primera vez mi poesía ha sido reconocida. Fue una sorpresa para mí y no casi tengo palabras para definir lo que sentí al enterarme. La verdad mi obra poética es escasa y responde básicamente a una necesidad emocional de liberar ciertos momentos de fuerte inquietud interior, dándoles un valor estético.

La universidad Ricardo Palma convocó a sus XIII juegos florales entre estudiantes universitarios de todo el Perú, en las categorías de cuento, ensayo y poesía. Me enteré del concurso 3 días antes de que se venciese el plazo para entregar mis trabajos, seleccioné 6 poemas -entre ellos Teorema cosmológico- y los mandé. A la semana siguiente, el 14 de septiembre tuve la nueva ¿Podrá decirse que ya soy un poeta laureado o es una ridiculez?

En todo caso esos 6 poemas serán publicados el año venidero en la antología del certamen. Supongo que para entonces tendré que ceder los derechos de autor.

Aquí les paso el artículo que se publicó en la revista de mi universidad dedicado al premio -dos compañeros también fueron galardonados:

www.pucp.edu.pe/q/images/documentos/.../suplementoq159.pdf

Me pregunto cuanto tiempo pasará hasta que tenga otros 6 poemas que valgan la pena listos... Igual, como deseo esperar tanto tiempo, considero que lo más significativo de mi verso está ahí y estoy seguro que por el momento no habrá inconvenientes de copyright les dejo para esta vez mi más reciente poema....

Encrucijada

Al compás del metrónomo implacable

se marca el plazo irrevocable

al alma desconcertada.

El despreocupado vagar

por los campos de ilusiones

cesa ante la decisiva encrucijada,

un paso en falso y la hecatombe.

Las señales se multiplican confusas,

la voluntad se estrella con murallas de papel

hasta estancarse en inabarcable congestión,

en cuyos buses se agolpan, resignados,

los espíritus en derrota

¿Seguir la estela de los sueños

hasta perderse en el olvido?

¿Marchar por la senda de las ambiciones

hasta fatigar el banquete de la extenuación?

Hoy empieza la brutal carga

contra la trinchera del mañana.

La euforia del día

se consume en la desesperanza de la noche.

Expedientes de obligaciones en permanente acumulación,

reglajes minuciosos de nuestra existencia,

de duendes que nos llaman y hostigan para no divagar

y cobrar letras de pago marcando los plazos

en que vamos haciéndonos esclavos de la ansiedad.

En la encrucijada del deber

yace desdoblado, crucificado, el ser.

Voluntad abandonada a su suerte,

a bordo de una balsa a la deriva navego

por océanos de indecisión

Y de repente, el milagro,

qferrándome a las cumbres de un paraje

de encantadas florestas y ruinas de tiempos superpuestos,

contemplando en el horizonte la encrucijada

Conquisto efímera, la liberación

De una lúcida felicidad.

viernes, 4 de septiembre de 2009

En busca de las muchachas en flor


















Acabo de regresar a Lima para empezar un nuevo semestre en la universidad. No hice gran cosa este verano, al punto que algunos calificarían las mías como vacaciones inútiles. Sin embargo, tuve el tiempo y el interés suficientes para indagar en el caso de un amigo víctima de una desventura sirviéndome de sus testimonios y de las ficciones que motivaban sus actos. El examen de este caso, si bien puede parecer trivial o inclusive ridículo para quien lo observe a la distancia me ha resultado esclarecedor sobre este colega, sus circunstancias y ciertos aspectos de la vida en general.


Era un sujeto atípico. En cierta forma como un fantasma que se sentía a la deriva en nuestro mundo. Esa impresión daba mientras paseaba con la mirada perdida por el campus, siempre llevando puestos unos grandes audífonos (que parecían sustituir a sus oídos) que contenían melodías casi siempre ligadas a las fantasías que lo dominaban. Estas consistían esencialmente de un corpus de animaciones, historietas, videojuegos, literatura fantástica y de ciencia ficción aparte de ciertos referentes clasicistas. Según decía, los cuentos de hadas y relatos como Alicia en el país de las maravillas marcaron su infancia hasta volverlo un rehén del país de los sueños. Estas ficciones y las especulaciones filosóficas (particularmente las estéticas) eran sus obsesiones, al punto que apenas hablaba de cosa alguna que no tuviese que ver con ellas. Estoy seguro de que pasaba más tiempo en internet y disfrutando de ciertas creaciones que interactuando con la realidad.


Lo conocí en nuestro segundo semestre en la universidad. Llevamos juntos un curso de apreciación cinematográfica y una noche, a la salida de una clase, entablamos conversación por accidente. Sorprendentemente, congeniamos. A ello contribuyó mi falta de amistades en la ciudad y el carisma que, a pesar de toda su locura, emanaba. Tenía un aire reconocible: de cabellera castaña leonada y sonrisa fácil, ni muy viril, ni muy afeminado, era de buen aspecto y sobretodo llamativo, pese a su vestimenta descuidada. Salvo yo, todos sus amigos parecían compatriotas de su submundo, con quienes mantenía apasionantes discusiones absolutamente irrelevantes para quienes no pertenecían a aquel círculo.


Había pasado algo más de un año de conocerlo, durante el cual fui contagiado de algunas de sus aficiones cuando me refirió una vieja obsesión suya cuyo estudio ahora deseaba sistematizar. Se trataba de una caracterización o tipología de lo femenino: las muchachas en flor. Las definía como mujeres que conservaban rezagos infantiles en su aspecto, gestos y conducta. La adoración, la ternura y el deseo de protección eran los sentimientos que estas nínfulas inspiraban. Según sostenían los entendidos, este tipo de mujer sólo existía en ciertos videojuegos, historietas y animaciones japonesas y tenía sus antecedentes en cierta literatura esteticista decimonónica de la belle epoque. En sentido contrario, él afirmaba que este tipo de mujer tenía referentes en el mundo real y que sólo hacía falta una buena observación y tipificar sus características. Su clasificación de este singular tipo de mujer –que desarrolló en una serie de ensayos publicados en internet- contenía, entre otras categorías: lolitas (muy infantiles), vacunas (voluptuosas), principescas (esbeltas y refinadas), gelígneas (falsamente frías), cristalinas (de lentes) y angelicales (indefensas, saturantes). Para probar su hipótesis me presentó algunas compañeras que supuestamente poseerían rasgos de estos arquetipos.


-Si quieres que hayan unicornios no lo conseguirás poniéndole cuernos a los caballos. –fue mi comentario frente a sus despropósitos.


-Ciertamente este tipo de chicas no existe en estado puro pero su referente necesariamente se basa en la realidad. –me respondía con lucidez impropia de él.


Creo que mi colega, percibiendo la imposibilidad de encontrar alguna mujer que se ajustase suficientemente a su fantasía, estaba por desistir. Sin embargo, a raíz de un curso de Filosofía revivieron sus esperanzas.


Mientras estudiaban a Kant y a Hegel hizo dos descubrimientos que determinaron el curso de su investigación: una ficción animada que causó profunda impresión en su espíritu y una joven que parecía la concreción de su Ideal (si bien más en el sentido platónico que el de los maestros germanos). De la primera exclamó exaltado que se trataba de una logradísima síntesis de lo bello y lo sublime en su mezcla de bellas muchachas en flor, acción desgarradora, audaz lenguaje visual y profundo mensaje que revindicaba las artes y la capacidad redentora del amor. De la segunda decía que era la versión en carne y hueso de una de las heroínas de la joya en cuestión.


-No me había fijado en ella hasta descubrir esta obra y este personaje. El parecido me excita. –añadió esa vez.


Cuando me la presentó no pude negar que esta vez sí parecía haber atinado. A primera vista diría que se asemejaba en un 70% a su referente gráfico y era, por cierto, bastante atractiva. A través de las conversaciones que sostenían después de clases fue acumulando información sobre ella. A partir de lo que pude ver y conocer la siguiente sería una semblanza aproximada de aquella a quien él siempre se refirió como la muchacha en flor.


Tenía 19 años. Su cuerpo, a la vez voluptuoso y estilizado, estaba bien formado por la práctica del deporte, aunque era algo baja. El cabello castaño le llegaba hasta poco después de los hombros y formaba por momentos un cerquillo en su frente. Tenía rostro de niña, con nariz y boca breves, y unos traviesos ojos verdes sobre los que se colocaba unos lentes de cuando en cuando en clases, que la hacían verse más encantadora. En su vestimenta predominaban el color blanco y el rosado (a veces mezclados con colores oscuros) y muchos de sus trajes llevaban un lazo atrás. Su voz era dulcemente aguda, con un lenguaje caracterizado por ciertas frases típicas tales como igual y, es verdad, y hombrecito. Más de una vez la encontró en pleno campus enzarzada en juegos infantiles y a veces llevaba algún peluche o colorido bolso a clases. Sus gustos en general eran refinados (aunque salvo en filosofía no coincidían con los de su admirador) y su conversación agradable. Asimismo sabía que no manejaba ni trabajaba, que dominaba el inglés y estaba aprendiendo francés, que se distraía fácilmente, solía sufrir de gripe y de una ligera anemia, tenía debilidad por los dulces, había atravesado algunas decepciones amorosas y era bastante apegada al padre.


A medida que avanzaba el curso la fue deseando crecientemente. Tenía poca o ninguna experiencia con las mujeres y era bastante torpe en el cortejo. Trataba de aprovechar los diálogos filosóficos después de clases para acercársele pero padecía de una continua interferencia por parte de los amigos de ella, a los que calificaba en su mayor parte de gente superficial y vulgar. En vísperas del examen final, cuando la estuvo ayudando a estudiar y ella mostró un inusual interés por él, se armó de valor y tomó la decisión de confesarle sus sentimientos a la salida de la prueba. Sin embargo, nuevamente fue interferido por su círculo de amistades, con el que ella se fue a festejar, dejándolo varado en el paradero.


Otros se habrían dado por vencidos llegado ese punto. Sin embargo, él insistió.


-Me parece muy bien que por fin te intereses en una mujer real pero, ¿no crees que deberías tomarte esto con más calma?


-¿Cómo puedes pedirme eso? Ella es la realización de mis sueños de tantos años… ¿Dónde voy a encontrar una que se ajuste tan bien a mis arquetipos? Ésta es mi oportunidad de llevar la investigación a sus últimas consecuencias.


Hablaba con una pasión inusual aún en comparación con el resto de sus fijaciones. En realidad no la amaba a ella sino a la muchacha del cuento de hadas de la que estaba convencido que era la encarnación. Incluso confesó que su mayor fantasía era hacerla usar uniforme escolar y lazos en el pelo… ¡como su alter ego! Para él la providencia (o el mágico azar) la había puesto en su camino precisamente en medio de su decisiva indagación y en un curso de Filosofía. Por ello en los meses venideros su acoso proseguiría sin tregua.


Sin embargo, en todo ese tiempo tuvo menos oportunidades de andar con ella. Las conversaciones de Messenger solían estar presididas por largos silencios de su parte, que lo forzaban a conducirlas como si fuesen interrogatorios. Más o menos lo mismo sucedía cuando se veían. Alguna vez llegaron a salir sin que sucediese gran cosa. Lo más grave es que comencé a percibir que quien se estaba pareciendo cada vez más a la anhelada muchacha en flor era él, pues fue interpolando varias acciones y actitudes de la misma en su esfuerzo: la seguía, daba muestras excesivas (e inútiles) de afecto, le preparaba y regalaba comida, trataba de entretenerla mientras ella (con un cierto paradójico parecido al amado de su supuesto alter ego) rechazaba sus avances aduciendo estar muy ocupada con los estudios y alguna vez incluso olvidó su nombre. En suma, era sumiso, débil y frágil.


Esta desafortunada imitación llegó a su climax cuando él le mandó una andanada de mensajes de texto cada vez más desesperados recordándole una cita que nunca llegó a concretarse (finalmente resultó que a ella se le había malogrado el celular, lo cual dificultó aún más las comunicaciones). Y aparte de este hubo una sucesión de malentendidos que complicaron todo acercamiento y que según él arruinaron sus preciosas oportunidades.


Finalmente creyó sus plegarias escuchadas. Ella lo llamó desde su nuevo celular, pero no pudo contestarle, por lo que le dejó algunos mensajes. Ella le respondió a su vez con otros más y quedaron en encontrarse el lunes en el patio de su facultad. El corazón se le aceleró. A mediodía se vieron.


-Justo me acordé de que eras bueno en Filosofía y pensé que podías pasarme tus exámenes para que los revise un amigo que está llevando el curso con el mismo profesor. –le dijo con su voz edulcorada.


Fue un golpe bajo, ¿qué habría dicho su bienamado Kant de la forma en que ella lo trataba como un simple medio? Aún así no pudo evitar entregarle las fotocopias de esas pruebas, hipnotizado por la dulzura que su heroína emanaba. Luego quiso acompañarla a ver un partido en el campo de fútbol pero ella se mostró fría y a cada momento parecía querer librarse de él. En el camino se cruzaron con el beneficiario de sus conocimientos filosóficos, un joven con aspecto deportivo que calificó de un tanto insípido, antipático y dado a usar muy a la ligera la palabra filosofía. Un par de días después los divisó besándose en un jardín y ella ahora afirmaba que le habían robado el celular cuando le preguntó por qué ya no contestaba a sus llamadas.


Nos encontramos al poco tiempo de que hubiese experimentado aquella decepción. Se veía indignado. Lo invité a salir y hacer algo para olvidar todo.


-Ella habría sido la primera. –me dijo mientras comíamos en un sitio cerca de la universidad.


-Ya habrán otras, no es tan difícil que caigan.


-Quería que fuese algo especial. No quería desaparecer de su vida.


No supe que decirle. Entonces él sacó un diario donde me señaló que estaban escritos los pormenores sobre ella y la relación que entablaron. También anunció que había enviado a mi correo electrónico las conversaciones virtuales más saltantes que mantuvieron. Las clases habían acabado y en dos días debía regresar al Cuzco por lo que le pregunté qué haría en esos meses.


-Mi amor, ella tiene que sentirlo. –dijo como ensimismado.


Se puso a hablar de cómo quienes defraudan sentimientos tan intensos y persistentes como los suyos haciendo como si ni siquiera los percibiesen deben pagar una reparación. Él le haría pagar. Quise pedirle más detalles, pero sólo me insistió que no tendría manera de ignorar lo que había sentido por ella. Seguimos caminando hasta tarde en la noche, al final sorprendentemente pudimos conversar de temas más banales, aunque siempre sus temas.


No he vuelto a saber de él desde entonces. No ha aparecido ni en el campus ni en la red. Creo haber dejado el principal testimonio acerca de este misterioso amigo que deambulaba entre nuestro mundo y sus ensoñaciones virtuales. No puedo negar el influjo que ha tenido en mi vida, he heredado algunos de sus vicios y obsesiones.


Últimamente consumo varias de las producciones que me refería, releo sus curiosos ensayos de estética y debo decir que cuando veo chicas carentes del encanto que él evocó pretendiendo imitarlo con accesorios como orejas de conejo o trajes llamativos siento un cierto fastidio. Pero por fortuna en el momento en que termino estas notas me encuentro al lado de una criatura naturalmente encantadora. Tiene un sugerente uniforme de escolar con una flor y lazos en el cabello, la voy a llevar a una fiesta de disfraces esta noche. Creo haber cumplido adecuadamente los deseos de mi colega. Debo agradecer al diario, las conversaciones que recibí de él antes de las vacaciones y a la mayor facilidad de trato que poseo mi buen éxito con ella. Claro que a mi me gusta por lo que es y no por lo que parece... creo. Y aparte, hace tiempo que buscaba estar con flaca en Lima.


No abundaré en pormenores sobre cómo tuve la facilidad de la que mi amigo careció para realizar sus propias fantasías, quedándome con esta joven tan llamativa que le quitaba el sueño. Más de una vez he pensado en él, sintiendo gratitud por cómo me acogió. Si llego a verlo en un futuro cercano espero que volvamos a pasar buenos ratos y saber qué ha sido de su vida. Aún así preferiría mantener apartado el tema de mi reciente conquista. Estimo que ni él ni ella saben nada acerca de mi relación pasada con el primero y presente con la segunda. Eso, supongo, es lo mejor. Lo contrario seguramente desataría un molesto melodrama que me quitaría tiempo que no me sobra y amargaría notablemente mi carácter cuando todo anda bastante bien y empiezo a asentarme en esta ciudad.


Recientemente, sin embargo, tuve un encuentro, que no puedo dejar de anotar. Mi nueva pareja y yo paseábamos por el campus cuando pasamos por uno de los comedores y en una de las mesas del patio externo presenciamos algo que me dejó perplejo y que a mi acompañante pareció ocasionarle cierto horror: una joven muy parecida a ella conversaba con unos sujetos (identifiqué a uno de ellos como un compañero de aficiones muy próximo a mi desaparecido amigo). La semejanza con mi acompañante era chocante sobretodo porque la muchacha parecía una versión que exageraba sus rasgos adorables: ojos grandes; cabello castaño semilacio, semilargo, con cerquillo; complexión suavemente voluptuosa; piel blanca y sonrosada; facciones finas e infantiles, voz dulce, gestos muy delicados. Y además estaba disfrazada, vistiendo un uniforme casi idéntico al del personaje al que mi compañero febrilmente creía que se parecía la chica que ahora estaba a mi lado. De no haber sido más alta y notarse algo de artificial en su aura seguramente la habrían confundido a ella y su inoportuna imitadora. Debo decir que, ante su misterioso e irreal encanto, sentí cierta atracción. Nos quedamos observando desde lejos, no atiné a acercarme, mi compañera, casi indignada, me exigió que nos fuésemos. Antes de retirarme noté que la nueva muchacha en flor había cruzado miradas conmigo y que me guiñó un ojo.


Su mirada fue como un deja vu. Recordé a mi colega y todas esas conversaciones en que le brillaban los ojos hablando de jóvenes como la que tenía en frente. Sin embargo, quise creer que fue una simple corazonada.