jueves, 15 de octubre de 2009

Sobre las marionetas




Despertó tras haber tenido sueños inquietantes. La habitación, cuyas ventanas daban al patio de un edificio, era relativamente reducida, estaba escasamente iluminada y apenas llegaban los ruidos de una construcción cercana. No pudo evitar sentir una atmósfera de tenso encierro. Por más que trataba de aclarar su mente, no podía recordar quién era ni qué había estado haciendo. Era como si nunca hubiese vivido.


Por un rato sintió que se le aparecían las turbadoras visiones del sueño y escuchó ruidos y voces que evocaban un peligro inminente. Sus sentidos estaban aguzados, alerta a las menores señales y sensaciones. Encendió la radio, esperando que la música lo tranquilizase, pero sonó una turbadora melodía atonal. Se levantó y se puso a caminar por la sala próxima al cuarto, pero no pudo alejar el temor. Finalmente regresó a la cama, algo más calmado, y cogió un libro. Eran las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe. La lectura de una de ellas, sobre una oscura culpa, un siniestro castigo e indecibles horrores volvió a sumergirlo en la intranquilidad.


Nuevamente cayó dormido por un lapso indeterminado, en el que ya no tuvo la sensación de haber soñado. Al volver en sí observó mejor el aposento. Había libros y objetos variados acumulados en repisas, una radio portátil, paredes desnudas de color blanco grisáceo. Pero lo que más llamó su atención fue una marioneta sentada en una silla junto a la ventana. Medía cerca de un metro de altura; su vestimenta podía considerarse un cruce de la de mago, payaso y hombre de mundo; llevaba un sombrero de guiñol. Su rostro estaba cruzado por una inamovible sonrisa cínica, a la vez burlona y distante que lo inquietaba en medio del silencio, que ahora era casi absoluto.


-Te saluda el yo que existe en tu mente. –escuchó decir a una voz vacía, monocorde, casi inhumana que parecía proceder de ninguna parte.


Trató de ignorarla, como otras voces que había escuchado confundidas entre el sueño y la vigilia. Pero al poco tiempo volvió a oírla.


-¿Por qué no contestas? ¿Acaso crees que soy una alucinación?


-¿Quién habla? –preguntó inquieto.


Estoy frente a ti.


Recorrió con la vista la habitación. Se fijó en la marioneta ¿Podía estarle hablando un objeto inanimado? ¿Estaría de nuevo soñando?


-Dudas que esto sea real, ¿no?


-Tengo que estar soñando. –se dijo a sí mismo mientras se llevaba las manos a la cabeza.


-¿Cómo estás seguro de eso? Cuando vives el día a día, ¿qué te asegura que ése no sea el sueño?


Parecía leer su mente. Tuvo la impresión de que jugaba sucio con ella.


-¿Quién eres? ¿Qué quieres decir con que eres el yo que existe en mi mente?


-Al final toda persona es para el otro la imagen que existe de ella en su mente.


-Tú no eres más que una marioneta y esto es una alucinación.


Su sonrisa no variaba pero ahora la sentía más amenazadora. Sintió que lo invadía el absurdo.-¿Qué no te asegura que tú no seas una marioneta y que tu vida no haya venido siendo una alucinación?


-Lo que dices no tiene sentido. –exclamó.


-Tu forma de reaccionar es predecible. Te resistes a lo desconocido porque temes que no haya retorno de ese trance.


No podía entender lo que le quería decir con esa voz inefable. Siguió un momento de silencio ominoso.


-Veo que te has quedado sin palabras.


-Quieres ponerme entre la espada y la pared, ¿verdad?


-Quienes viven huyendo acaban así. De tanto reír se olvida el horror. Pero el horror no desaparece, siempre está al acecho.


Entonces tuvo una sensación de espantosa familiaridad. Las frías palabras de la marioneta parecían traducir la soledad y el desconcierto que lo rodeaban. De un momento a otro ésta volvió a interrogarle.


-¿Quién eres?


-¿A qué te refieres?


-Según dices yo soy sólo un muñeco ¿Tú quién eres? ¿Cómo ha sido tu vida? ¿A qué personas conoces?


Se puso a hacer un esfuerzo por recordar pero todos esos detalles se le escapaban. Lo único nítido en su mente eran las imágenes de pesadilla y su inquietud presente.


Allá fuera volvió a oírse el ruido de la construcción.


-Eres un ser imperfecto. El hombre es un ser imperfecto. En una noche de estrellas, ¿no te sentirías abrumado por el infinito o temerías ser destruido por un evento cósmico: un agujero negro, una lluvia de asteroides, la explosión del Sol?


En ese momento, sin embargo, ni siquiera era capaz de concebir una noche estrellada.


-¿Qué quieres de mí? –le preguntó al muñeco mirándolo fijamente y con impaciencia.


-Aprecia tu situación. Estás sólo, no sabes quién eres, el miedo te paraliza, conversas con una marioneta, ¿crees que se puede estar más enajenado?


La sugestión iba afectándolo no sólo en un plano ontológico sino también en el fisiológico. Su estómago sufría extrañas revulsiones y sentía una indefinible nausea.


-Cuando estás con la gente, ¿cómo sabes que no hablas con ilusiones? El paso del tiempo va alejándolo todo, te va erosionando, todo lapso se vuelve más efímero y más mecánico ¿Sabes el desgaste que implica seguir viviendo así? Y aún más, te procuras mil distracciones pero cuando estás se agoten ya no habrá forma de escapar.


-¡Dios mío para!


-Ridículo, patético. Eres un payaso. Te sueltan a tu soledad y mira cómo te pones.


La sonrisa del muñeco lo iba sumiendo en la desesperación.


-Seres imperfectos. Ni con sus mejores fórmulas consiguen aprehender la trascendencia y si se acercan a ella, suelen enloquecer ¿Y cuantas de sus preocupaciones no son terriblemente banales? Se atormentan con ellas y a cambio consiguen librarse de sus dudas más hondas, aquellas que los dejan al borde del abismo. Y ahora, ¿no sientes que la realidad se desvanece a tu alrededor como cuadros de animación? ¿Notas el aire enrarecido?


-¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?


-Todo.


-¿Quién eres? –pronunció casi tartamudeando.


-Yo juzgo.


La naturaleza del diálogo y lo extraño del ambiente, que evocaba un extrañamiento absoluto, lo fueron dejando transido de un horror más profundo que el de sus pesadillas. No sabía si lo que tenía en frente era un robot, un demonio o Dios. Trató de dormir pero fue interrumpido.


-¿Por qué mentiste?


-¿Cuándo he mentido?


-No trates de ocultar tus actos. Yo sé lo que te niegas a ver. Sólo te mentirás a ti mismo. Ahora dime, ¿por qué robaste?


La repentina escalada en las acusaciones lo inquietaba.


-¿Es esto un interrogatorio?


-¿Por qué violaste?


-¿Qué clase de persona crees que soy? ¿Cómo te atreves a acusarme de cosas así tan alegremente? –reclamó indignado.


-No has respondido a mi pregunta.


¿Podría tener razón? Estando en ese cuarto él era incapaz de recordar cuanto hubiese hecho y a otras personas, aún lo más íntimo.


-Veo que ya no eres capaz de responder por tus actos.


-¿Qué insinúas infeliz?


-¿Por qué mataste?


Lo invadió una desesperación absoluta. De la nada una música semejante a la que lo había atormentado descargó sus inclementes acordes, los taladros de la construcción retumbaron y el sinsentido vital y la culpa por actos que no podía recordar lo paralizaron y atormentaron al mismo tiempo. La sonrisa y la voz inhumana del muñeco no lo dejaban en paz.


-¡¿Qué quieres de mí?!


El hombre, violentamente agitado, rogaba porque el suplicio acabara de cualquier forma.


-Veo que no te enfrentas a nada.


-¡Calla! ¡Déjame en paz maldito!


-Calma. Hagamos un poco de lógica. Tú sirves como un engranaje más del artificio humano, aunque ahora te hayas descompuesto. Veamos entonces: todo lo que sirve son marionetas. Los hombres sirven. Por tanto, todos los hombres son marionetas.

Al darse cuenta de su insignificancia, paralizado ante un desafío que parecía un juego insignificante al principio, estalló en un llanto que asemejaba una carcajada desesperada ante la inverosimilitud de lo que le estaba sucediendo. Atrapado en la infame habitación sin saberse dormido o despierto, persona u otra cosa, reducido a un pensamiento sin huésped, cayó en la cuenta de su condición.


Hubo un prolongado grito, sucedido por el ruido de un impacto y por el silencio. La marioneta, con su sonrisa inconmovible, seguía sentada en la habitación vaciada.