lunes, 31 de agosto de 2009

Teorema cosmológico












La política y sus vaivenes,

Los romances y relaciones,

Los negocios y ambiciones mundanas

Por el absoluto abrumadas

Nuestras construcciones son arbitrarias constelaciones.


Haces brumosos, inconmensurables

Flotando, danzando en el infinito,

Los espejos y biombos caen en el abismo,

La emboscada a la realidad,

Rebelión del vacío a la que sucumbe el sentido.

De la lucha en el desierto del ser

Quedan la angustia, la nausea, la nada hasta la saciedad.


El espíritu ha evacuado,

El mundo ha vomitado.

El tiempo como carrusel,

Se consume hasta desaparecer

¿Arder fugazmente y ser abatidos

de improviso en el estallido cósmico?

¿Agonizar apaciblemente, fluyendo,

evaporándonos a través de velos cíclicos?


Cristales rotos, frenesí nervioso, canto de pájaros

Vagan perdidos, aplastados con el firmamento

De cuya confrontación retorno al mundo vaciado

Cual profeta, viendo un tenue brillo

suspendo el escepticismo,

este salvavidas anhelo:


Cambio Estancamiento

Vida ----------------- --><----------------- Entropía

Adversidad Proyectos Apacibilidad Complacencia


No distingo si es pensamiento cosmológico o insensatez

¿Hasta donde nos aliviará este dialéctico teorema?

sábado, 29 de agosto de 2009

Mistificaciones

Este cuento le da título a este blog y por lo mismo lo estreno con él. No lo considero actualmente mi obra maestra -aunque cuando lo escribí muchos lo consideraron mi mejor relato hasta entonces- pero igual le tengo mucho aprecio, casi tanto como el que tengo por mi primer cuento Paseo por Lima (el cual colgaré más adelante). Fue con esta narración que quedé en segundo puesto en la bienal de Estudios Generales Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú del 2007 y la pieza con la que me siento más orgulloso de las que produje en el taller de narrativa de la misma facultad.


Curiosamente, es mi cuento más corto...


Mistificaciones



Comentaré en estas líneas –brevemente por razones de espacio- el caso de un paciente y de sus un tanto delirantes tentativas para comunicarse con quien llamaba su musa. Arroja, por demás, algunos interesantes indicios de obsesión, fetichismo y pasión por la invención.


Mi paciente se decía inspirado por la obra de Borges. Su historia, sin embargo, me evoca también los tormentosos relatos de Sábato. Quizás del autor de Ficciones mi relación tenga el gusto por la mistificación que hace de él buen material para ficciones y metaficciones.


Llevaba ya varios meses tratando al sujeto en cuestión, un joven de viva imaginación –aunque un tanto malograda por el gusto por lo escandaloso y lo insólito-, algo idealista y disperso. Solía conversarme sobre asuntos de casa, estudios e ideas y proyectos suyos. Convivía en él un elemento racional con otro mágico y sobrenatural. Este último aspecto se manifestaba en su valoración del azar en la vida y de los sueños, que lo llevaba a obsesionarse por el límite entre realidad y ficción y la posibilidad de crear nuevos “Yo”. Esto y su vocación literaria contribuían a que gustase de poetizar sucesos de su existencia, yo diría, de mistificar. Debo agregar que era un asiduo usuario de Internet.


A mitad de una de nuestras sesiones me comentó de una obra de metaficción –fanfic en este caso, un relato basado en una obra ya existente que suelen publicar libremente aficionados en Internet- que estaba escribiendo en el que la realidad comenzaba a imitar a una serie de ciencia-ficción. Pensé que estaría frente a otra discusión sobre sus méritos como autor, para mi sorpresa, pasó a referirme de una joven que había conocido en esos círculos.


Era extranjera, la había contactado un año atrás por intermedio de un colega que había conocido en un foro y del que, poco después, perdió el rastro. Según me dijo, ella le fue de mucha utilidad en unos meses que fueron de gran trascendencia en su vida. Incluso me la llegó a mencionar de pasada entonces pero no le presté mayor atención.


Desconocía casi todo sobre ella. No sabía siquiera como se llamaba ni como se veía. A falta de mayor información, me pasó la presentación que hacía de sí misma en Internet. Era bastante extensa y consistía de diálogos, reflexiones y versos libres, junto con escuetos y sueltos detalles sobre sí misma y una algo más detallada descripción de sus gustos, intereses y proyectos. Con esto y con lo que me comentó de sus conversaciones con ella pude esbozar un cuadro de la persona en cuestión:


Primeramente le atraía lo chocante –lo sangriento y lo obsceno- y sentía devoción por la cultura oriental, infiero que mayormente por ser amante de la animación japonesa. A simple vista parecía una personalidad contradictoria (es inusual, creo, darse con una dark metalera aficionada a la obra de JK Rowling) pero debía tener que ver con su fuerte pensamiento mágico formado por una confusa mezcla de supersticiones New Age –un cambalache de neopaganismo con toques cristianos, interés por la hechicería y creencias en la reencarnación y el poder divino de los sueños; por nombrar solo lo más resaltante. Decía tener una activa vida cibernética –mi paciente me dijo que era asimismo hábil para la informática- y su estilo literario era correcto, aunque empañado por el mal gusto y su propia forma de ser. De su vida personal llegué a saber que tenía una brecha grande con sus padres –quienes estaban separados-; que iba a manifestaciones antitaurinas para fastidiar a la madre; que tenía una relación cercana con su hermanastro de parte materna –quien le llevaba 15 años, era marino y no parecía tener mucho en común con ella-; que era un poco descontrolada, se sentía diferente a la mayoría, decía creer en la venganza y ¡Oh cosas de la vida! gustaba de decirle confidencias a los psicólogos. Una frase suya llamó mi atención: Quiero a quien me quiere, amo a quien me ama, pero destruyo a quien se enamora de mí.


Me pareció que tenía trastornos de personalidad, resentimiento social y tendencia a evadir la realidad y crear fantasías.

El punto es que hacía meses que no hablaban. El narcisismo de mi paciente, sus locas ideas como creador –que hacían quedar a las de la autora como bastante más convencionales- y su impaciencia para conversar, contribuyeron al parecer al rápido desgaste de su relación y ella acabó bloqueándolo de su cuenta de MSN. Al poco tiempo, sin embargo, él se creó otra y volvió a agregarla, revelándole de inmediato quién era. Asimismo, le pasó su correo a una chica que acababa de conocer por accidente –y que tenía cierto parecido con la otra- y pensó usarla como enlace.

Pudo conversar de nuevo un par de veces con ella y hasta le volvió a dar consejos pero al poco tiempo y, al parecer de la nada, lo bloqueó nuevamente. A pesar de que esto le afectó, en verdad habría pasado la página de no ser por una de esas intervenciones del azar que le eran tan caras.


Su madre le dijo que viajaría, por motivos profesionales, al mismo país de donde ella era y lo invitó a acompañarla. No supo las secretas motivaciones que motivaron a su hijo a aceptar con entusiasmo la propuesta. El viaje, que sería en mes y medio, despertó repentinamente un fuerte apremio en él por contactar de algún modo a su esquiva benefactora.


Intentó enviarle un correo en el que preguntaba por ella, mas no obtuvo respuesta. Ante este estado de cosas ideó un plan desesperado que bautizó como Operación Metaficción: Crearía una nueva identidad con tal de estar con ella.


Comenzaría por inventar a un nuevo autor de fanfics y procurar que su presentación en Internet se pareciese lo menos posible a la suya. Le daría un nombre, una vida, una obra, una forma de hablar e inclusive una personalidad distinta a la suya. Este personaje, cuyo papel él asumiría como si de una obra teatral se tratase, la agregaría a su cuenta de MSN. De no aceptar a su alter ego, éste le enviaría un mensaje en el que le diría que había leído su presentación y que la invitaba cordialmente a conocerle. Una vez agregada, conversaría con ella –se aseguraría de no evocarle en nada a sí mismo-, entablarían amistad y unos días antes de viajar, le anunciaría su inminente venida y quedarían en encontrarse.


Le previne que su plan era descabellado y que su éxito era inseguro. Era un exceso que diese tanto por aquella misteriosa hada cibernética.


-No es por amor, es por honor. –Fue su respuesta más contundente a mis objeciones.


Me añadió que, si todo esto fallaba, haría contacto con alguna de sus amistades. Esto lo haría aprovechando que los correos de algunas de ellas aparecían en un mensaje que le había mandado en el tiempo en el que ellos todavía hablaban entre sí.


No sé cuál haya sido el desenlace de esta historia. A poco de hablarme de todo esto, el paciente no volvió a tocar el tema y, después del viaje, dio mis servicios por finalizados. Creo que lo suyo era en cierta forma –platónica ciertamente- amor. O –me inclino más a pensar esto- ella era un ente abstracto, una proyección de necesidades emocionales y afectivas suyas, un fetiche. Pero, en su descargo, diré que creo que tenía razón cuando decía que todo artista tiene el derecho a conocer a su musa.